lunes, 30 de octubre de 2017

380. 'Réplica'



Que la identidad es el gran motivo literario de nuestro tiempo me parece que empieza a ser cada vez menos discutible. Y no puede ser de otra manera. En un mundo donde somos lo que somos pero también el avatar que se esconde tras las redes sociales; en un primer cuarto de siglo donde la identidad es prostituida y manipulada con fines espurios por los nacionalismos; en una etapa de la historia de la humanidad donde el hombre camina cada vez más solo y desorientado, sin poder acogerse ya a los referentes tradicionales que le otorgaban la certeza de formar parte de algo más grande que él mismo, la literatura ha tratado de explicar la inmensa crisis identitaria de este milenio adolescente y, a la vez,  se ha erigido ella misma en la patria en donde hallarnos ciertos y seguros.
Y Miguel Serrano Larraz, que es hijo de su tiempo y ciudadano universal de los libros, ha entendido esta desazón de la identidad en su última obra, Réplica, publicada por Candaya. Si tuviera que resumir con una metáfora los doce relatos que integran este nuevo libro, diría que Miguel Serrano Larraz ha estrellado contra el erial del siglo XXI el espejo de la identidad haciéndolo saltar en mil pedazos. Y cada esquirla desparramada arbitrariamente por ese yermo, reflejadas sus rotas aristas con las del resto de fragmentos, ha creado una constelación infinita de realidades, todas ciertas y todas mentira. Es por eso que en este libro poliédrico abundan los desdoblamientos; el del adulto que se reencuentra con el niño perdido del centro comercial, trasunto de su propia infancia, quizás la única patria imposible; el del peluche extraviado que se intenta sustituir por su réplica en la tienda, un relato con resabios a Warhol y su crítica a las frías e impersonales cadenas de producción (no es casual que la imagen de la cubierta del libro diseñada por Nela Ochoa, se llame, precisamente, “Resonancias de Warhol”); el padre que se deja el bigote y es ya “otro”; la mitad del billete que halla su otra mitad en ese juego maravilloso de espejos y suspense que es el excelente relato negro “Media res”. Pero también la identidad analizada desde la percepción que los demás tienen de nosotros: el escritor que escribe novelas cómicas aunque todo el mundo las recibe como serias y profundas, o el personaje de mil vidas a quien todos confunden con algún famoso arrebatándole así su propio yo. También la familia, los orígenes o la identidad sexual jalonan ese leit motiv de la autoafirmación y sus estertores. Esa visión caleidoscópica se manifiesta como una proyección natural en la estructura de los relatos; muchos de ellos parten de un epicentro argumental, del que la trama se va distanciando paulatinamente casi sin darnos cuenta para acabar en un asunto totalmente diferente, fuera de la órbita inicial; otras veces, el relato parece inacabado o incompleto; quizás también tenga algo que ver  en ello la defensa del concepto de trama, válida y autónoma per se, que se hace en “Logos”. De ese modo, violentada también la estructura, el género literario busca también su propia identidad, sus cauces de afirmación.
Como es de esperar, en todo ese laberinto de búsqueda, los personajes de los relatos de Serrano Larraz son entes perdidos, vulnerables, asombrados, maniatados, incapaces de entender el mundo que habitan, velados por un cendal casi onírico o surrealista.

Quien se adentre en los relatos de Réplica debe aceptar el reto de perderse en ese dédalo iniciático que es casi una ontología del yo. Ser réplica, el lector también, de sí mismo; perderse y reencontrarse quizás distinto. Tal vez en esa búsqueda continua reside, al fin, la identidad.

lunes, 23 de octubre de 2017

379. Títulos



Tengo por costumbre no complicarme demasiado la vida a la hora de titular mis artículos. Sobre todo, cuando se trata de reseñas críticas de algún libro, suelo encabezar mi escrito con el mismo título de la obra que reseño. Sin embargo, en algunos de los periódicos con los que colaboro me he topado con algún jefe de redacción que me ha pedido titular la reseña de otro modo con el fin expreso de que no coincidiera en ningún caso con el de la obra reseñada. He notado que en el mundillo periodístico esta sugerencia ha adquirido la categoría de máxima, una suerte de acuerdo tácito que todo el mundo acepta con normalidad, y hasta hay quien se extraña de mi imperdonable ingenuidad –quién es este tío que titula igual que el libro, habrase visto, qué falta de profesionalidad, debe de ser nuevo–. ¡Anatema! Sólo en mi columna del Diari de Tarragona dispongo de total libertad a la hora de titular. Quizás sea porque, tras casi 8 años de colaboración semanal, ya nadie se preocupa de revisar lo que escribe el pirado ese de la literatura…
Pero es que, ¿por qué inventarse un título alternativo cuando uno reseña un libro titulado, por ejemplo, El corazón es un cazador solitario? O, El jardín del unicornio y otros lugares para hombres solos. O A la sombra de las muchachas en flor. O La insoportable levedad del ser. O Lo bello y lo triste. O La balada del café triste (McCullers tenía realmente un don). O El museo de la inocencia. O El guardián entre el centeno. O Buenos días, tristeza. O La soledad de los números primos. O El amor en los tiempos del cólera. O Un tranvía llamado deseo. O Primavera con una esquina rota. O Mortal y rosa. ¿Qué mejor pórtico para una crítica literaria que la literatura misma? Por no hablar de los libros de poesía, que son un verdadero tesoro en el arte de titular. Recuerdo una vez que reseñé un libro de Antonio Carvajal, titulado El fuego en mi poder y para no repetir el título tuve que ingeniármelas de tal modo que acabé llamando al artículo “Carvajal, Prometeo de la poesía”. Buf.
El nutrido caudal de títulos hermosos que a mí me facilitan mi tarea se debe en muchas ocasiones al buen tino de los editores o, al revés, a la lucha del escritor por no escuchar las recomendaciones de aquéllos. Orgullo y prejuicio iba a llamarse “Primeras impresiones”; Matar a un ruiseñor se iba titular con el nombre de su protagonista “Atticus”; Lo que el viento se llevó iba a ser “Mañana será otro día”; Moby Dick se hubiera limitado a “La ballena”;y Guerra y paz estuvo a punto de imprimirse como “Bien está lo que bien acaba” (eso sí hubiera sido una anatema). Otras veces, algunos títulos insulsos se han revestido de una sugestión especial al traducirse. Así, La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde, proviene de un error de traducción, al confundir earnest, –que significa serio–, con Ernesto. Y Jorge Luis Borges, no sabemos si premeditadamente o por desconocimiento, tradujo The sound and the fury, de Faulkner, como El sonido y la furia, cuando en realidad el título original es una frase hecha, similar a nuestro “hablar por hablar”. Bienvenida, pues, la confusión.

Seguiré, pues, en la pertinaz contumacia de titular las reseñas igual que las obras reseñadas. Y si alguna vez cae en mis manos un buen libro con un mal título haré lo mismo. Porque los libros tienen derecho a que se los llame con sus nombres y apellidos. Para que vayan de boca en boca y acaben en el bautismo, siempre nuevo, de los ojos del lector.

lunes, 2 de octubre de 2017

378. 'Clima mediterráneo'



Clima mediterráneo (Visor) es el título del nuevo poemario de Luis Bagué, libro con que el autor ampurdanés ha obtenido el Premio Tiflos de Poesía en su trigésima edición. Qué reconfortante resulta toparse con un libro de poemas que responde, por fin, a un plan preestablecido, a un proyecto unitario en el fondo y en la forma, lejos de aquellas obras heterogéneas e inconexas que se limitan a juntar poemas sin más afán que el de la mera colección acumulativa.
Clima mediterráneo se divide en 4 secciones. La primera, titulada “Mediterráneos”, es la desazonadora estampa de nuestro mar, crisol y cuna de civilizaciones pero también “puerta giratoria” que ha sido testigo de la expulsión morisca y judía, del abuso colonizador en América o de la vergonzante tragedia de los inmigrantes. En sus playas de Niza moría Garcilaso y en el castillo de Bellver dormitaba Jovellanos, soñando la quimera de un Mediterráneo ilustrado que ha devenido en un vertedero, “alquitrán en las plumas, pecas en las escamas, / un tatuaje de henna / en el caparazón”, que es también vertedero moral.
La segunda parte, “Hecho en España”, es un catálogo de productos patrios, tamizados en el cedazo de la amarga ironía del poeta, que degrada los símbolos clásicos al detritus de la posmodernidad. Así, en la serie “España real”, Bagué realiza la acerada écfrasis de tres cuadros: Las meninas, La familia de Carlos IV y La familia de Juan Carlos I. En “Don Quijote 2.0.” se coteja la España de Alonso Quijano con ésta nuestra donde los molinos son ahora parques eólicos, la meseta castellana es carnaza para el especulador,  la fantasía de Clavileño una compañía aérea y del escrutinio del cura y del barbero sólo se salvan la Biblia y la Constitución. El toro de Osborne, otro “pecio de la cacharrería posmoderna”, merece también su oda y, siguiendo con los toros, en “El rapto de Europa”, el poeta reformula el mito clásico para trazar una historia del viejo continente a través de la metáfora de la vaca, hasta llegar a las vacas flacas de la crisis económica y el rescate bancario actuales, remedado secuestro de los dueños del nuevo Olimpo capitalista. Termina la sección con la serie “Dieta mediterránea”, cuyo bodegón poético nos recuerda que somos “carne mística y caducidad”; y con “Patrimonio nacional”, donde se parodia las restauraciones falaces de lugares históricos para el turismo-zombi de cámara al cuello, helado y camisas floreadas. En “VPO”, el poeta se lamenta del fracaso de los pisos de protección oficial, derribados por la crisis y por los intereses especuladores.
La tercera sección, “Alta velocidad”, está compuesta por 23 haikus impuros, algunos de los cuales glosan el magnífico cuadro de Darío de Regoyos, Viernes santo en Castilla, un ingenioso catálogo de píldoras poéticas entre la sentencia y el divertimento.
Finalmente, “Zona residencial” es la sección más intimista y metafísica del poemario y, sin embargo, su material poetizable se abastece de la más estricta cotidianeidad. Así, el acto de reciclar o el de barrer adquieren categorías casi ontológicas, porque en la vida, “siempre estás en la vía purgativa”. En “Ciberespacios”, la irónica reformulación del tópico virgiliano del locus amoenus, acaba siendo trasunto de la soledad a que nos abocan las redes sociales. En ese mundo globalizado e impersonal, el poeta aspira a “una proporción hospitalaria / Busco la magnitud de lo habitable”.

Clima mediterráneo es un libro inteligente, trufado de guiños culturalistas que enriquecen el conjunto y halagan al lector. El lenguaje deconstruye sorpresivamente los significantes y los reformula brillantemente. Su gran mérito estriba en la simbiosis anómala de lo clásico y lo posmoderno en una suerte de collage imposible pero  desoladoramente sugestivo.