viernes, 28 de abril de 2017

359. Stefan Zweig: adiós a Europa



Aunque hace ya varios días que he visto la película, todavía soy incapaz de concluir si el homenaje cinematográfico a Stefan Zweig es el biopic más frío de la historia del cine o si, por el contrario, se ajusta perfectamente al perfil del escritor.

Hay dos maneras de acercarse a la película de Maria Schrader. Una, desde el apasionamiento que suscita la figura de Stefan Zweig, autor que para muchos, entre los que me incluyo, constituye un referente imprescindible en la historia de la literatura europea del siglo XX. Y la otra, desde una visión más aséptica, menos emocional,  donde el espectador sea capaz de domar la emotividad que implica la grandeza humana del escritor austríaco, su admirable inteligencia, su incorruptible sentido ético y estético y las terribles circunstancias de su exilio y posterior suicidio. Yo acudi a verla con la primera de esas premisas, con la del arrebatamiento nacido de la admiración y del dolor. Ese fue mi error. ¿Pero cómo sostener la brida de la exaltación? La primera vez que me acerqué a Stefan Zweig fue a través de su libro de memorias, El mundo de ayer. Yo no sabía nada de Zweig y tampoco conocía el trágico desenlace de Petrópolis. De manera que leía su ensayo con el arrobo que produce su prosa luminosa y, sobre todo, su optimismo inquebrantable, basado en la fe en los hombres y en su gozosa comunión colectiva al amparo del arte y la cultura, más allá de las lenguas y de las fronteras. Su vehemencia eran tan avasalladora y entusiasta que poco podía imaginar yo que acabaría devastada por la abdicación del suicidio. Cuando, profundizando en su biografía, hallé por casualidad la sobrecogedora fotografía en la que el cadáver de Zweig yace en la cama de su residencia de Petrópolis, las manos entrelazadas con las de su inseparable Lotte, sentí una punzada estremecedora de la que aún no me he repuesto. ¿Cómo era posible que aquella ilusión fuerte y esperanzada fuera derrotada de esa manera? El contraste resultaba terriblemente atroz. ¿Cómo no acudir al cine, pues, con los sentimientos a flor de piel y esperar de la película un homenaje grandioso y épico? Sin embargo, Maria Schrader ha optado por la mesura más contenida. Y nada hay, quizás, que reprocharle. La película se ajusta al carácter discreto de Zweig, a su humildad y rechazo del protagonismo. En una secuencia de la cinta, cuando Zweig es apremiado para que condene el régimen de Hitler en el Congreso de Escritores de Argentina de 1936, el autor austríaco se niega porque considera que condenar lo obvio ante un auditorio donde todo el mundo opina lo mismo, es un acto de vanagloria y exhibicionismo. La película recorre las vivencias del exilio de Zweig y del paulatino desmoronamiento de su alma de manera fragmentaria, casi impresionista, sin cargar las tintas en el sentimentalismo, o utilizando espléndidas secuencias simbólicas como la mala interpretación del Danubio Azul por parte de la orquesta en el acto de recepción brasileña, trasunto de la decadencia de su mundo. También se aborda su sentimiento de culpa por el privilegio que su condición de escritor afamado le proporciona a la hora de obtener los salvoconductos para el exilio mientras otras personas sufren o mueren. Pero todo se hace con una contención tan conscientemente epidérmica, que el espectador es incapaz de involucrarse en la tragedia del personaje. La misma escena de la muerte de Zweig, inopinada también en la película por lo repentino de la misma, se muestra a través del juego de espejos del armario y de la mirada triste de los circunspectos, entre los que se halla Gabriela Mistral. La sensación tras los créditos finales es la de no haber llenado el molde de sus gigantesca figura ni el de su muerte. Pero quizás Zweig habría suscrito esa sigilosa semblanza.

viernes, 21 de abril de 2017

358. Buenismo educativo



Cada día que pasa me resulta más difícil encontrarle un sentido a mi labor como docente. La última patochada la publicó el Ministerio de Educación en su página web el pasado 17 de abril, donde ratificaba que los alumnos de la ESO podrán titular con dos asignaturas suspensas, siempre que éstas no sean, simultáneamente, Lengua y Matemáticas. Además de la evidente discriminación a otras áreas del saber, que choca hipócritamente con la tan traída educación integral del alumno, las implicaciones derivadas de esta normativa son muchas otras. El mensaje que se envía a los estudiantes es, básicamente, que uno puede llevar a cabo sus obligaciones a medias; se trata del chapucerismo patrio elevado a decreto oficial. Pero es, además, una estafa para los propios alumnos, porque aquellos que finalmente hagan un bachillerato y emprendan luego una carrera universitaria, no comprenderán por qué no han podido acceder a los estudios superiores que deseaban por estar sólo una décima por debajo de la nota de corte, o por qué la universidad les niega su licenciatura (ahora le llaman grado), al no superar todas las asignaturas correspondientes, o por qué en una oposición no obtienen plaza pese a haber aprobado los exámenes o, más probablemente, por qué nadie les va a pagar la birria de alicatado que han hecho en el cuarto de baño. Es decir, se les está vendiendo y acostumbrando a una realidad que no existe. ¿Pero por qué nos extrañamos? Yo mismo he recibido llamadas de atención de inspectores educativos (la mayoría de los cuales no son más que desertores del aula, que salieron por patas de las trincheras incapaces de controlar a una clase pero que luego se permiten el lujo de darte lecciones sobre eficiencia didáctica), reprochándome el alto número de alumnos suspensos en mi asignatura. Pero nunca les vi acercarse a los profesores enrollados, esos que ponen un 10 a todo quisque porque, al parecer, eso no les parece una anomalía del sistema. Esos profesores no han pegado chapa en todo el curso ni se han pasado innumerables horas corrigiendo exámenes con el rigor que se les presupone, pero son unos aliados del sistema porque, con ellos, claro, no existe el fracaso escolar y podemos darnos la palmadita en la espalda congratulándonos de lo bien que funciona todo. ¿De qué nos extrañamos sin en las juntas de evaluación se presiona a los profesores para que aprueben a un cupo mínimo de alumnos para evitar la masificación de repetidores en las aulas el curso próximo o por la buena imagen del centro? ¿De qué nos sorprendemos si esa infame raza de psicopedagogos, orientadores y demás ralea del buenismo pedagógico de nuevo cuño (con felices excepciones), le miran a uno como a un criminal sin entrañas por no aprobar al pobre chico que no ha pegado un palo al agua porque, aseguran, tiene un conflicto emocional que debe de ser determinante para saber distinguir una palabra aguda de otra esdrújula? Y, total, ¿para qué sirve eso de poner tildes, no? Si lo importante es que el chaval sea feliz y tal y pascual.  Oigan, a mí díganme a cuántos tengo que aprobar y acabamos antes; y así me evito la tortura de leer los exámenes de algunos alumnos y me dedico a otra cosa, yo qué sé, a pasearme, a leer novelas, o a reflexionar para qué narices me levanto cada mañana empeñado en hacer de mis alumnos ciudadanos responsables, educados en el espíritu del sacrificio, cívicos y cultos si luego la psicopedagoga, que lo mismo se hernia por tener a dos alumnos en el búnker que ella llama despacho, menosprecia tu trabajo y te llama retrógrado sin escrúpulos ni empatía. Qué razón tenía Elvira Roca Barea, cuando dijo que analfabetos los ha habido siempre pero que nunca habían salido de la universidad. 

viernes, 7 de abril de 2017

357. Parnaso Balompié




Bienvenidos al estadio Benito Pérez Galdós donde esta noche se enfrentan el Parnaso Balompié y el Incultural Borreguil, choque a todas luces desigual, ya que el Incultural Borreguil lidera holgadamente la clasificación y está a punto de cantar el alirón. Para el choque, los técnicos del Parnaso Balompié, Menéndez Pidal y Martínez Ruiz “Azorín”, han dispuesto una táctica clásica, como no podía ser de otra manera, con un 4-4-2 canónico. ¡Pero, atención, porque el Parnaso Balompié acaba de saltar al terreno de juego entre los vítores salmantinos del respetable, y sus once jugadores posan ya ante los fotógrafos como un endecasílabo heroico! Repasemos la alineación del equipo local. Defenderá la portería del Parnaso, Miguel Hernández, que en la pasada jornada salvó la derrota de su equipo deteniendo un disparo que ya se colaba por los altos andamios de las flores; emocionado, declaró luego que dedicaba su parada a su amigo Ramón Sijé, tristemente desaparecido. La aguerrida pareja de centrales la forman Blas de Otero y Octavio Paz, famosos por su juego comprometido, expeditivo y sin medias tintas. El defensa mexicano aseguró en la rueda de prensa previa al partido que esta noche los delanteros rivales “no pasarán”. El lateral derecho lo ocupará Miguel Delibes, experto en el arte cinegético de apresar a los extremos que se internen por su banda; el lateral opuesto es hoy para Pablo Neruda, que de eso de ser carrilero sabe un rato, o si no que le pregunten a Delia, que ha sufrido su férreo marcaje durante muchas temporadas. El medio centro es para Antonio Muñoz Molina que soba y magrea el balón para extenuación de los rivales y deleite de la afición. En el extremo derecho se situará Agustín de Foxá, injustamente criticado por la hinchada porque dicen que la izquierda la tiene sólo para apoyarse y, sin embargo, su juego combinativo le permite asociarse con cualquier buen jugador; en el extremo izquierdo estará Rafael Alberti que, aunque juega como los ángeles, todavía colea sobre él la polémica sobre la cesión surrealista que dejó vendido a Miguel Hernández en el último partido. “Creí que se la pasaba a Platko”, ha declarado el gaditano. La media punta pide un jugador sorprendente e imaginativo y por eso hoy el entrenador alineará a Federico García Lorca, sustituyendo al lesionado Ramón Gómez de la Serna, que sufre un esguince en la greguería derecha. Desde la enfermería, el jugador madrileño declaró contrariado que “lo más difícil de digerir en un banquete es la pata de la mesa que nos ha tocado en suerte” y que “el Coliseo en ruinas es como una taza rota del desayuno de los siglos”. Lorca confía en su debut y ha apelado al llanto de la guitarra para ganar este partido; la afición le pide hoy camelias blancas y que meta la luna en la fragua. Finalmente, en la punta de ataque, dos arietes de excepción: Valle-Inclán, que tratará de hacer del portero rival un esperpento, y Juan Marsé, que buscará revolverse en el área cual Pijoaparte en los palacetes de San Gervasio. ¡Todo listo para el inicio del encuentro! Suena el himno del Parnaso Balompié, con el son dulce, acordado, del plectro sabiamente meneado de la lira apolínea. Berrea el público rival. Dirige el partido el colegiado Cansinos-Assens, magnánimo y justo. El choque se antoja difícil pero Pidal, desde la banda, da las últimas instrucciones en su arenga y contagia de entusiasmo a sus jugadores. Él, más que nadie, conoce el valor de las gestas. ¡Pita Cansinos y el balón echa a rodar en el Benito Pérez Galdós! El graderío se llena de versos volanderos y la afición vocea, y hay en esos gritos un algo desesperado, como de agónica pugna contra el abismo y la intemperie.