domingo, 9 de diciembre de 2012

185. Contralecturas

 



El otro día una amiga me confesaba candorosamente y sin ningún sentido del pudor, que una de sus relecturas más repetidas era Romeo y Julieta, de William Shakespeare. Hasta ahí bien. Lo que llenaba de candor a su confesión, sobre todo porque la declaró como quien dice algo muy natural, es que la frecuencia con la que releía la inmortal obra del escritor inglés, se debía a la esperanza de que en alguna de aquellas relecturas, Romeo no tomara el veneno ante el cuerpo sedado de Julieta. “Pero nada, -continuaba mi amiga- , no hay manera de que Romeo se entere de que Julieta no está muerta. Mira que yo le advierto cada vez que empiezo el libro, pero no hay nada que hacer; indefectiblemente, cuando Romeo descubre el cuerpo de su amada en la cripta, no puedo hacerle entrar en razón y… ¡zas!, veneno al gaznate. Volveré a intentarlo otro día”. Dice mi amiga que, ante la imposibilidad de vencer al hado literario, está por dejar el libro inacabado a la mitad.
 
El intento de mi amiga no es el primero ni será el último. Más de 200 años después de que Tirso de Molina condenara a las llamas del infierno a su Burlador, José Zorrilla salvó el alma de don Juan Tenorio por el amor de doña Inés. Aquí don Juan tuvo una segunda oportunidad. Ha habido, incluso, personajes que se han rebelado contra su autor, como aquel Augusto que creara Unamuno en su libro Niebla, donde el protagonista llegó a negar dramáticamente su condición de ente de ficción. Como el pobre Augusto, otros muchos personajes de nuestra historia literaria mantienen encerrado su sino entre las dos cubiertas de un libro y, a buen seguro, desearían que las infinitas resurrecciones que les insufla el poder demiúrgico de los lectores, cambiaran su suerte; que cada vez que se abriera el libro donde llevan epigrafiado su destino, las letras volaran como aquellos vientos que escaparon del odre de Ulises y en el éter de los sueños formaran palabras nuevas para una vida también nueva. Que Calisto no resbalara en el muro de Melibea (aunque seguramente se lo tuviera bien merecido) y la gozara desatado; que Lázaro no tuviera que pasear su cornamenta por toda Toledo; que don Quijote derrotara al impertinente bachiller Carrasco disfrazado de Caballero de la Blanca Luna, para instaurar en el mundo la locura quijotesca que tanto necesitamos; que Fortunata no hubiera conocido nunca a Juanito Santacruz; que Ana Ozores hubiera encontrado marido joven y fogoso; que Max Estrella diera un golpe de Estado; que Andrés Hurtado se hubiera agarrado al árbol de la vida; que Yerma y la tía Tula tuvieran un ejército de hijos; que Machado hubiera encontrado “otro milagro de la primavera”; que ningún padre hubiera tenido que cantarle a su hijo una nana con sabor a cebolla;  que, en lugar de su caballo, hubiera traspasado el atrio de la iglesia el mismo Paco el del Molino, y su figura hubiera matado del susto a Mosén Millán y todos los Cástulos, Gumersindos y Valerianos del mundo; que la vida no hubiera ido tan en serio para Gil de Biedma.
 
Sin embargo, qué habría sido de todos esos personajes sin su final trágico. No hay grandeza sin tragedia. Y tampoco hay eternidad, Aquiles ya lo sabía. La fatalidad de sus destinos fue, a la vez, el asidero de la inmortalidad. Hoy no  los recordaríamos si no fuera por su heroico sacrificio. Y hay que recordar una cosa más: que los vientos que escaparon del odre de Ulises impidieron durante un tiempo el regreso a Ítaca. Pero que un día, Ítaca se perfiló en el horizonte y el héroe llegó a casa. Porque así estaba previsto por los dioses.
 
 A Carmen García, pintora de imposibles

9 comentarios:

Javier Angosto dijo...

¡Precioso artículo, Píramo! Todo un regalo para esta tarde de lunes en que te leo.

Núria de Santiago dijo...

Precioso artículo el de esta semana en el Diari, Fernando. Lo he enlazado este mediodía en mi muro.
Me alegraste el lunes, y eso hay que agradecerlo.

Tisbe dijo...

Me sumo a los comentarios de Javier y Núria. El artículo es muy ingenioso y divertido.

Antonio Tello dijo...

Todo escrito inteligente, y este lo es, depara una lectura placentera, que no es lo mismo que entretenida. El tema que planteas está en el origen de dos formas de entender la literatura. Aquella que, a pesar de que los personajes acaben cumpliendo el sino de los dioses, dejan al lector la sensación de que pueden intervenir en su destino, y aquella otra que cierra toda al lector la posibilidad de desear para ellos otra vida y recrearla a través de la imaginación. Esta recreación constituye la historia de la literatura.

Él dijo...

Es tan cierto... Sin su desgracia se habrían convertido en un modelo diferente, serían un yo quiero ser así en lugar de ese manantial de inspiración exaltada.
Podemos intentar cambiar su final, pero ¿qué pasaría si realmente fuese otro? Al fin y al cabo el hado es el hado.

Píramo dijo...

JAVIER, NÚRIA Y TISBE, muchas gracias. Las mejores palabras que puede uno recibir es que has contribuido a hacer más feliz el día a una persona. Gracias de nuevo.

ANTONIO, gracias por tus palabras. ¿Y tú, con cuál de las dos concepciones literarias te quedas?

ÉL, supongo que todo tiene un motivo para ser como es.

Antonio Tello dijo...

¿Y me lo preguntas? Yo siempre apuesto por la imaginación. Yo no escribo con argumento y menos para lectores perezosos.

Píramo dijo...

¿Pero no crees que hay personajes a los que se les "debe" negar cualquier otro destino para que no pierdan su grandeza literaria? En ese sentido te lo preguntaba.

Antonio Tello dijo...

No, no creo en que le debamos negar nada al personaje, pues si el escritor cumple honestamente con su tarea lo dejará actuar de acuerdo con su carácter y sus convicciones éticas. En el marco ficcional que determina el relato, si el personaje vive sus actos dependerán de esto y de las circunstancias que lo condicionen en ese momento y no de la voluntad del escritor. Ahora bien, en un relato argumental el personaje siempre hará lo mismo, porque las circunstancias ya están predeterminadas y ni él ni el lector pueden hacer nada para evadirse de ellas. El argumento es un brete espacio-temporal que condena al personaje y al lector a repetirse eternamente. En un relato no argumental, como en la vida misma, siempre hay un margen en el que el personaje a través del lector o del lector-escritor futuro puede optar por seguir otra dirección, como bien señalabas en el caso de don Juan Tenorio, pero también lo vemos en El Quijote, cuando Cervantes plantea esta cuestión de un modo magistral cuando hace que su personaje se rebele y no vaya a las justas de Zaragoza, como había planeado su autor, sino que ponga rumbo a Barcelona.
Espero que haberte dado la respuesta que esperabas, querido Píramo. Un abrazo.