domingo, 26 de febrero de 2012

144. Notas al pie

Una de las mayores frustraciones que puede experimentar un lector es la de encallar en el arrecife de letras de un buen libro. Desatamos en su día las amarras de nuestro navío con la esperanza de un extraordinario periplo por aquel undoso piélago de palabras, acicateados por el testimonio de los viejos lobos de mar, que al calor del vino de la amistad y entre el humo del tabaco, cuentan con voz ebria su encuentro con las sirenas y posan su mirada nostálgica, exiliada, en cualquier punto mugriento del tugurio de la realidad. Así que partimos, pero, ya en alta mar, se adhieren a nuestra quilla la broma y la rémora, se nos resiste el timón, damos con la roca y abandonamos el barco al astillero del anaquel, náufragos de nuestra propia ignorancia.
El lector exigente se lacera cuando no alcanza a desentrañar los entresijos del libro porque cree que no tiene la sensibilidad o formación suficientes para entenderlo, más aún cuando la obra ostenta el unánime reconocimiento de los expertos. Se le hiere así su amor propio al vedársele como al neófito advenedizo los misterios que desea abrazar.
Sin embargo, existen santelmos y dioscuros que pueden ayudarnos a orientar nuestra navegación: las notas a pie de página.
No todos los libros contienen notas aclaratorias. Muchas ediciones nos presentan el texto mondo y lirondo. El fin divulgativo que estas publicaciones persiguen acaba fracasando porque es difícil divulgar lo que el vulgo no entiende; se genera, pues, el procedimiento contrario: fomentar el desinterés. Un ejemplo de estas ediciones son las colecciones de clásicos de periódicos como El País o El Mundo. Si alguien comete el error de completar la antología comprobará con resquemor cómo tiene que acudir a la biblioteca para consultar los mismos títulos en ediciones anotadas o, en su defecto, comprar éstas últimas, creando en su biblioteca doméstica una duplicidad enojosa.
No obstante, también hay que ir con cuidado si optamos por la edición anotada. Algunos insultan nuestra inteligencia aclarándonos el significado de palabras que cualquier lector medio conoce de sobra (y no me refiero precisamente a ediciones escolares) mientras que pasan por alto pasajes de marcada oscuridad para los que maldita la falta que nos hacía la notita de vocabulario de marras. A eso se le llama echarle cara. Otros estudiosos se centran en anotar las variantes textuales de una obra, generalmente antigua, como si al lector de turno le interesara mucho saber que en el manuscrito SG aparece la palabra “cuntió”, en el S figura “contió”, en el X2 “les cuntió” o en el Gb “cuntióles”. Esto tiene su valor desde el punto de vista filológico, claro está, en esa extraordinaria labor paleográfica de los especialistas, pero el lector de a pie lo que busca es la edición que el crítico considera definitiva sin necesidad de justificar las variantes de sus fuentes. El problema es que este tipo de anotación aparece ya en ediciones que han venido sujetando la palmatoria de la pedagogía, como Cátedra. Huyan también de los anotadores narcisistas que en sus notas nos remiten a otras notas suyas de otros libros también suyos; ya se sabe que los libros llevan a otros libros pero no nos pasemos. Busquen ediciones con anotaciones al pie, no al final del libro, tan engorrosas. Eviten las ediciones que abusan de la anotación: al lector también hay que plantearle el reto intelectual y así, de paso, le ahorramos el estrabismo y la interrupción demasiado repetida de su lectura que evita la degustación continuada. Es como morder una cereza y escupirla al instante para ver el hueso. Lean del tirón todo lo que puedan y comprueben el hueso después.   Finalmente, lean el Polifemo de Góngora, anotado por Dámaso Alonso; o el Cantar de Mio Cid, por Menéndez Pidal; o la poesía de Rubén Darío vista por Pedro Salinas. Por aquello de que “quien lo probó, lo sabe” (1)

Nota al pie

(1)
Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso:

  no hallar fuera del bien centro y reposo,       
mostrarse alegre, triste, humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso:

  huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor süave,           
olvidar el provecho, amar el daño:

  creer que el cielo en un infierno cabe;
dar la vida y el alma a un desengaño,
¡esto es LEER! quien lo probó lo sabe.

domingo, 19 de febrero de 2012

143. ʻMiauʼ: 6 millones de gatos

Con la crisis económica se están recuperando toda una serie de antiguas obras literarias cuyos contenidos abordan aspectos de la realidad de su tiempo que distan sólo en eso, en el tiempo, que no en las circunstancias, de nuestro oscuro presente. El pasado 20 de noviembre, yo mismo escribí un artículo sobre Luces de bohemia y hace unos pocos días hallé en El País una semblanza de Fernando Savater sobre Charles Dickens, por nombrar sólo dos ejemplos próximos. En ambos escritos se trazan paralelismos desazonadores entre las épocas de estos escritores y la nuestra propia. Y auguro que las voces del pasado seguirán acudiendo para humillar nuestro progreso y para herir el estúpido orgullo del hombre del siglo XXI y su costumbre de mirar al pasado con esa boba curiosidad de quien vuelve los ojos a algo exótico y tras la que, en realidad, se enmascara la prepotente e ignorante conmiseración hacia todo lo que se aparte de la era digital. Habrá que ser, sin embargo, prudentes y no caer en la tentación de manipular esas voces y hacerles decir aquello que no dijeron nunca con el execrable fin de amparar nuestras ideologías en la autoridad de los grandes escritores. Habrá también que moderar los ecos de esas voces para evitarle al lector el constante martilleo del “ya te lo decía yo” de nuestros antecesores y superar sus sombras. Y, finalmente, tendrán que salir a la palestra los escritores de hoy y demostrar con sus creaciones su compromiso con el tiempo que les ha tocado vivir, como hicieran otros antaño.
Miau es una de esas novelas que mantienen, por desgracia, su vigencia. Benito Pérez Galdós la terminó en 1888, en plena Restauración. Narra la tragedia de Ramón Villaamil, funcionario cesante a quien, según la ley de Presupuestos de 1876, que regulaba los sueldos y las condiciones de jubilación de los empleados públicos, sólo le faltaban 2 meses de trabajo para retirarse a los 60 años con 35 de servicios. La cesantía de Villaamil, se alarga intolerablemente hasta el punto de hacer  peligrar el sustento de la familia, pese a las maniobras de su mujer, Pura, una de las 3 hermanas “Miaus”, apodadas así por su parecido físico con los gatos, que, no obstante, intenta llevar un nivel de vida superior a sus posibilidades, con desfile por el Teatro Real incluido.
Aunque hoy la cesantía del funcionario ya no existe, el libro sí es representativo del drama del parado cualificado. Villaamil, cuya conducta intachable en su anterior puesto en la Administración se pondera a lo largo de todo el libro, ha perdido su puesto de trabajo mientras su yerno, Víctor Cadalso, un donjuán de vida licenciosa y conducta inmoral, con desfalcos públicos y expedientes disciplinarios que prescriben por arte de encantamiento, medra en los escalafones del Estado, merced a sus contactos y a los oscuros hilos de la corruptela administrativa.
Este deterioro en la imagen de la Administración, que lastimosamente llega hasta nuestros días, incluyendo injustamente a todo el funcionariado, desemboca en la novela en comentarios tan demoledores como el que sigue. Refiriéndose a los funcionarios, afirma Galdós:
“Era sin duda una honrada plebe anodina, curada del espanto de las revoluciones, sectaria del orden y la estabilidad, pueblo con gabán y sin otra idea política que asegurar y defender la pícara olla; proletariado burocrático, lastre de la famosa nave; masa resultante de la hibridación del pueblo con la mesocracia, formando el cemento que traba y solidifica la arquitectura de las instituciones”.
Los trabajadores públicos que sí tienen la admirable vocación de servir al Estado y al ciudadano con su abnegada dedicación están en la obligación de desterrar estos prejuicios generalizadores y restregar su conducta ejemplar en la cara de los que hacen todo el daño. Y dejar por una vez de ser los sufridos “sectarios del orden” y Villaamiles derrotados para inundar  los tejados y sumar nuestra voz a la de los 6 millones de maullidos, gatos enamorados de lunas mejores.

martes, 14 de febrero de 2012

142. El perro del hortelano

La Compañía Nacional de Teatro Clásico vuelve a pisar con fuerza los escenarios españoles con el último espectáculo que dirige Eduardo Vasco: El perro del hortelano. Es, sin duda, una de las comedias palatinas más conocidas de Lope de Vega que se centra en el tema más universal de la literatura: el amor. Diana, condesa de Belflor, se presenta como una mujer que rehúye el galanteo de sus pretendientes e intenta por todos los medios frustrar la relación amorosa que existe entre su secretario Teodoro y Marcela, una dama que está a su servicio en el palacio. La comedia gira en torno al conflicto psicológico que vive Diana, pues intenta matar los sentimientos  que su subordinado despierta en ella mientras que los celos ahogan su espíritu. Es por tanto, un alma atormentada que, cual veleta, confunde y desquicia a Teodoro que ya piensa que la condesa lo ama, ya siente su rechazo. El motivo de esta actitud tan contradictoria no es otro sino la rigidez de las convenciones sociales de la época. Las diferencias sociales eran insalvables y así los reconoce la protagonista: “Teodoro fuera más, para igualarme, / o yo, para igualarle, fuera menos”. 
Dos palabras clave vertebran la acción: deseo y decoro. Diana se debate entre ambos, lo cual justifica que sea identificada con el perro del famoso refrán, que ni come ni deja comer. No se decide a proclamar y vivir su amor con Teodoro ni puede permitir que él halle la felicidad en brazos de otra. Este conflicto sigue una progresión ascendente que culmina en la bofetada que la condesa propina al secretario pues es prueba irrefutable de la pérdida de su autodominio.
Como no podía ser de otro modo, la comedia tiene un desenlace feliz gracias  a un ardid de Tristán, criado de Teodoro, pues inventa que éste  es hijo del conde Ludovico –quien perdió hace años a un vástago en un naufragio-. De este modo, desaparecen las diferencias sociales que separaban a la pareja protagonista. Diana, conocedora del engaño, mantiene su decisión de unirse en matrimonio con Teodoro. Su felicidad se sustenta, pues, en un engaño mas es la única solución posible en un momento histórico en que la mujer no podía aspirar a vivir su vida plenamente. La única manera de ser libre para amar es hacer ver que Teodoro es un igual, pues no sería verosímil que en el siglo XVII a una mujer de su clase no le importase el honor público.
El elenco de actores que dan vida a estos personajes es impecable. No defraudará al público escuchar el recitado de los versos de boca de unos intérpretes bien preparados y con una dicción deliciosa. Eva Rufo (Diana) hace una actuación brillante. Interpreta perfectamente las tribulaciones y tormentos que la condesa experimenta y consigue que el espectador se solidarice con su conflicto interior. Igualmente destacable es la actuación de David Boceta (Teodoro) y de los actores que interpretan al conde Federico y al marqués Ricardo. El director del montaje ha arriesgado en su actuación pues estos personajes aparecen en escena cantando muchos de sus parlamentos, inyectando así una fuerte dosis de comicidad a la obra y autorridiculizándose con dicha actitud.
Muy acertados son también los decorados, diferentes telones que sugieren más que representan, y el vestuario todo ello aderezado con música en directo. Estos ingredientes son la combinación perfecta para sumergirnos en el fantástico universo lopesco, para desdoblarnos y vivir aventuras y desventuras de la época dorada de nuestra literatura. Un texto del siglo XVII que consigue estos efectos –espero que no sólo en mí-  es la prueba indiscutible de que El Fénix de los Ingenios está más vivo que nunca y que somos muchos los espectadores que seguimos entonando ese profano Credo que decía: “Creo en Lope de Vega, todopoderoso poeta del cielo y de la tierra…”

domingo, 12 de febrero de 2012

141. Cuando todo vale

Publicado en el Diari de Tarragona en mi columna habitual de los domingos, "El cura y el barbero".

Hace unos días alguien que llámase a sí mismo “poeta” me pidió que tratase de promocionar a través de las páginas del Diari un libro suyo que él estimaba digno de tal escaparate. Leí sus versos con ánimo bienintencionado, como hago siempre, aunque con la reserva que suscita un personaje que pondera tanto su propia obra. Y al acabar el libro pensé: “a mí la poesía de Zutano no me gusta”. Y acto seguido: “¿Y esto se podrá decir? ¿Resultará indecoroso soltarlo así, tan lapidariamente en mi artículo de los domingos? ¿Con qué autoridad doy pábulo a la hoguera inquisitorial de mis tremebundos juicios de valor? ¿Será esto arrogancia del crítico que se jacta de ser severo?”. Tales escrúpulos laceraban mi conciencia, cuando otro pepito grillo de aspecto pendenciero y voz guasona me susurró al oído: “¿A qué tanto remilgo? Más curita eres que barbero, ya se ve; menos ego te adsolvo y más trasquilones. Echa un vistazo al mundo que te rodea. ¿No ves que hoy todo vale? Aquí, cuanto más sinvergüenza te muestres, mucho mejor. Si no tienes titulación académica, ya te harán un programa sobre Ni-Nis donde te saques unos cuartos sin pegar palo al agua. O te puedes presentar a la bazofia de Gran Hermano Tropecientos, que te faculta para ¡tertuliano! en cualquier programa inmundo. Da igual que desconozcas, como la última ganadora, los nombres de los Reyes Católicos o si existe algún país en la Península Ibérica, porque siempre tendrás una Mercedes Milá que te defienda en su blog. El de ella se llama Lo que me sale del bolo, no como tu sección del Diari con esa referencia cervantina trasnochada y sin glamour. Es mucho más importante la susodicha gran hermana ésa, que un tal Manuel Elkin Patarroyo, un tipo colombiano que descubrió la vacuna contra la malaria y que asegura haber encontrado la fórmula para crear vacunas contra todas las enfermedades después de 25 años de estudio. Este no “mola”, con ese apellido Patarroyo… ¿A ti no te gusta el poeta Mengano? Pues dilo, que aquí todo vale. Si se puede hablar de sexo explícito en horario infantil, si la clase política da pena, si el sistema educativo premia al delincuente y le pone trabas al que se esfuerza, si el insulto es el campo semántico del castellano por antonomasia, si tiene razón quien más grita, si se pagan millonadas por un cuadro con un punto negro sobre fondo blanco sólo porque lo ha pintado el iluminado de turno, ¿qué importancia tendrá que un triste columnista de un periódico de provincias afirme que la poesía de Fulano no le gusta?”
 Tras la perorata de mi beligerante pepito grillo, me convencí de que en este país donde todo vale, no debía yo amilanarme ante mis propias convicciones: el libro es malo y si lo reseño diré que lo es. Porque esté como esté el mundo, para mí no todo vale. Y en poesía, tampoco. Hoy si un verso repugna a la estética o al buen gusto es que es mordaz; si no rima es que es verso libre (que es probablemente el menos libre de los versos); si rima pero rima mal, es que plantea una métrica transgresora; si es demasiado llano, es que es “poesía de la experiencia”; si no se entiende nada se jacta del hermetismo propio de un genio profundo. Pues no, no cuela.
Como la publicación del artículo que debía tratar de este libro se ha dilatado mucho en el tiempo, este “poeta”, ofendido por mi indiferencia, me ha retirado el saludo y me desprecia. No es un fenómeno nuevo. Pero prefiero este desaire a traicionar a mis lectores que, muchos o pocos (ni lo sé, ni me importa), me consta que son leales y que lo son porque siempre he sido coherente en mi compromiso con el rigor literario y porque jamás he vendido mi criterio ni al “amiguismo” ni a los favores personales.  Decidí hacer el artículo. Ya sin remordimientos, empecé a escribir: “A mí, la poesía de Zutano no me gusta”. Ya ven que me guardé de revelar el nombre del poeta. Y es que, hasta para esto, hay que saber que no todo vale.

domingo, 5 de febrero de 2012

140. ʻMudanzas de la vozʼ, de Enrique Villagrasa

Vaya por delante que este es el primer libro de Enrique Villagrasa que cae en mis manos, por lo que la presente reseña forzosamente ha de prescindir de consideraciones acerca de su evolución poética, temas recurrentes de su obra y otras observaciones que acostumbran las recensiones al uso. Grave laguna, tal vez, en el «debe» del crítico pero de la que emerge también el ventajoso rédito de partir sin ideas preconcebidas, con la visión limpia y aséptica de quien mira a los ojos del poema «descarnado».
A estas Mudanzas de la voz (Libros del Innombrable) me gusta aplicarles el marbete de «haikus del pensamiento», aceptando, por supuesto, todas las reservas que puedan tenerse acerca de lo adecuado de tal acuñación. Pero es que, al igual que la mínima expresión del haiku, generada a partir de una estampa lírica a medio acabar pero válida per se, desata en nuestro espíritu la sugestión evocadora de la metáfora, así los poemas de Enrique Villagrasa contenidos en este libro, nos obligan, tras cada lectura, a levantar la vista del papel, elevar la mirada y escudriñar el pálpito del instante efímero de sus versos, «espacio-tiempo contenido / como palabra mágica, / cual paisaje». Si en el kaiku es la Naturaleza la que inspira la metáfora, en estos poemas de Enrique Villagrasa, el ámbito evocador es el propio estallido fugaz del pensamiento.
El gran tema de Mudanzas de la voz es la Nada y a él se sujetan todos los demás. El poeta parte de la idea de que la Nada lo impregna todo. El poema trata de llenar ese espacio vacío pero como su materia prima y él mismo participan de ese nihilismo, «el poeta experimenta en el poema / todas las formas de la nada» que habita «concupiscente / el no ser /» de los versos. La escritura constituye, pues, un ejercicio baldío contra la angustia existencial porque las palabras han sido robadas a «la estirpe del silencio» y la legitimación de la misma sólo obedece a la presencia del miedo, motor del mundo al que el poeta dedica un sobrecogedor poema, que es, significativamente y en contraste con el resto, el más largo de los recogidos en el libro; el miedo es «la fuerza negra de mi poesía», «un inmenso pánico en cada poema». Por eso el poeta, intérprete demasiado lúcido del arcano de la existencia, «nunca tendrá paz» y la poesía es «[…]el pebetero / donde arde [su] pavor: / incienso de [su] religión». El mismo miedo que descarta el asidero esperanzador de la religión porque «el hombre inventa a Dios / escribe rezos para sustentarlo. / El miedo es su apoyo». El culmen de este nihilismo, así como del carácter sugestivo reducido a la mínima expresión, es el poema en el que aparece sola la palabra “coda”. Inserta así, tan exigua en la inmensidad de la página en blanco, esta única palabra es una cruel ironía de la Nada, porque la coda, esos versos que se añaden como remate de un poema, lo que rematan aquí es la página yerma.
Sólo la amistad y el amor, «quicial sobre el que gira» la poesía, parecen, aunque tímidamente, paliar, y no siempre, la crisis metafísica.
La segunda parte del poemario, plantea el tema de la nostalgia de lo no vivido, seguido de una serie de poemas cromáticos con explosión de rojos representados en la rosa, la cereza y el atardecer, que parecen adquirir una unidad hasta el «frío azul» de la rosa, que simboliza la muerte. El tono de este grupo de poemas es más vitalista (aspiración a la belleza),  pero parecen boqueadas agónicas que no pueden desasirse del «fracaso trágico del Verbo», ante los «pasmados vitrales» de la existencia. Por eso, en la tercera parte se insta a «dejar de morir en el poema / [para vivir] en el verso de la vida». La infancia, con Burbáguena (Teruel) de fondo como refugio último, y un tono próximo a la rendición, cierran el libro.
A Enrique Villagrasa le invitamos, pese a todo, y egoístamente, a seguir muriendo en el poema. Fogonazos del pensamiento, («pienso luego existo»), sus poemas nos hacen sentir el verso de la vida.

viernes, 3 de febrero de 2012

139. Tres años de "Cesó todo y dejéme". Manifiesto literario.


Hoy nuestra bitácora literaria cumple 3 años. Lo celebramos con nuestro primer manifiesto literario. Gracias a todos los que nos han seguido durante este tiempo y han contribuido con su cariño y sus aportaciones a que continuemos con la misma ilusión que el primer día. Y si hay perros que ladran, eso es que cabalgamos.

MANIFIESTO LITERARIO
"LA LITERATURA ES UN ARTEFACTO A PUNTO DE EXPLOTAR"
  • La Literatura es un artefacto (arte factus: hecho con arte), al arte sirve y del arte se vale y no se entiende sin ese valor, que no es añadido, sino intrínseco. Su materia prima es la palabra precisa, la palabra dicha y la no dicha, la palabra a medio decir y la palabra que esconde otra palabra, y la palabra que contiene a todas las demás. Pero siempre la palabra artística. Rechazamos, pues, la literatura de usar y tirar, aquélla que atiende sólo al mero entretenimiento, al consumo efímero y caduco sobre el que no se vuelve nunca más la mirada. La Literatura debe entretener, sí, pero no puede limitarse a esa servidumbre banal. Exigimos la Literatura que se paladea, la que nos mece en la cadencia del acento exacto, la que suscita la emoción lírica, el reto intelectual, la que mueve conciencias.
  • Como la Palabra es el sagrario de la Literatura, nuestros ojos pisan sobre sagrado al penetrar  el atrio del Libro. Rechazamos, pues, la palabra soez y malsonante, sacrílega de la belleza, e invitamos a quienes se sirven de ella, a que la escupan en los tabernáculos donde se reúnen los "transgresores" del idioma, pobres ignorantes que no saben que hoy, cuando prima lo mediocre y lo feo, la mayor transgresión es la del artesano.  Pero también despreciamos la palabra vacía, insulsa y artificiosa sin más, e invitamos a quienes se sirven de ella a que la asperjan en cualquier sillón del Parlamento.
  • La Literatura es una vocación. Guárdense de ella los mercenarios del verso, los que batallan en la palestra literaria buscando la aprobación de la galería, los aduladores en busca de su hueco parásito, los aduladores de sí mismos, los iluminados, los vanguardistas que llaman arte a un calcetín colgado de un bocadillo de tocino. Acudan los que sangran sus versos, los que sobreviven en la palestra de la vida gracias a que se encontraron en las palabras que sangraron, los admiradores de la belleza, los humildes, los que no prostituyen la literatura ataviándola con ropajes extraños.
  • La Literatura es un artefacto a punto de explotar en la cara de los poderosos, de los insolidarios, de los explotadores, de los ingratos, de los analfabetos voluntarios, de los que excluyen por razón de raza, sexo, cultura e idioma. Detonará metralla de palabras en sus caras satisfechas de miseria, los mandaremos a todos al Hades de las heces y será el mundo Parnaso de Castalias en cada esquina para todos los sedientos.
Píramo y Tisbe