domingo, 18 de septiembre de 2011

119. Mecenazgos desleales

En la pinacoteca del Palacio de Buckingham, en Londres, se halla expuesto el retrato de Andrea Odoni, famoso coleccionista de arte y mecenas en la Venecia del Renacimiento. El retrato, que data de 1527, es obra del pintor Lorenzo Lotto. Odoni aparece en el centro del cuadro rodeado de distintas esculturas clásicas, maltrechas ya por el paso del tiempo. Al fondo hay tres representaciones de Hércules: en una, a la izquierda, aparece el héroe en lucha con el gigante Anteo; en el centro, la estatua que el emperador Cómodo mandó erigirse tomando el modelo de un Hércules cubierto con una piel de león; en el extremo de la derecha, Hércules orinando. Se aprecian también dos imágenes de Venus: una, en primer término, decapitada y semidesnuda; la otra, al fondo, tomando un baño. Junto a la primera, el busto del emperador Adriano, gran mecenas también. Odoni, sujeta en su mano derecha una estatuilla de Artemisa de Éfeso, diosa de la Naturaleza, y reposa su mano izquierda sobre el corazón. El contraste entre la integridad de la estatuilla de Artemisa y la semirruina del resto de esculturas podría interpretarse como la supremacía de la Naturaleza, que es eterna, frente a la caducidad del arte y de los bienes materiales. Esta idea adquiere un sentido especial en la estatua de Cómodo, cuya vanidad vencida por el tiempo (aparece decapitada) nos recuerda aquel ubi sunt manriqueño. En posteriores restauraciones del cuadro se descubrió el crucifijo de oro que Odoni luce sobre el pecho y que quizás pueda representar la superioridad del cristianismo y su promesa de inmortalidad frente a la sensualidad engañosa del mundo pagano encarnado en el erotismo de Venus y la mitología. Odoni, ricamente ataviado, se dirige al espectador y parece instarle a elegir.
El retrato de Odoni se ha convertido en una imagen paradigmática del mercantilismo en el arte. Mentor de artistas (Giorgio Vasari definió la casa de Odoni como “refugio amable para los hombres de talento”) y coleccionista obsesivo, en el cuadro, sin embargo, su mirada refleja un desengaño irónico, la mirada de aquel que ha descubierto una gran verdad que tambalea los cimientos de sus convicciones: el arte, entendido como mercancía, es algo fútil. Efectivamente, rodeado de sus viejas reliquias, Odoni descubre la banalidad de una vida dedicada a acumular tesoros por el mero hecho de engrosar su colección y se siente como el malo de las películas que acaba sepultado en la ignota cámara de la pirámide entre piedras preciosas y cofres brillantes. Sólo le queda el consuelo de haber hecho inmortales a los artistas a los que ayudó con sus compras.
El mecenazgo de hoy día ha cambiado bastante. No existe una preocupación por acumular las obras de arte sino el dinero que éstas generan. En el campo de la literatura, estos mecenas de hoy son las editoriales. Promocionan al escritor pero no compran su arte, lo venden. Este mecenazgo es interesado pero, sobre todo, es desleal. Los contratos que obligan a un autor de éxito puntual a terminar un libro en un espacio de tiempo determinado, actúan en menoscabo de su calidad, de modo que la editorial seguirá con las ganancias pero le negará la eternidad al escritor, que no pasará de ser un mediocre artista por encargo. Y si hay algún editor bienintencionado que advierte los defectos de la obra, siempre estará el autor que es mecenas de sí mismo y que quiere publicar antes del Día del Libro para aprovechar el filón de esa fecha; o el poeta que prostituye su vocación exhibiéndose en recitales sin sentir siquiera una brizna de pudor al dar sus versos al auditorio, que debería ser como darse a sí mismo en ellos: poesía para la galería. Entretanto, en el cuadro de Lotto, Hércules sigue intentando asfixiar a Anteo.

A Núria de Santiago, gran mitóloga y generosa mecenas radiofónica.

[Para ampliar la foto del cuadro de Lotto y apreciar mejor sus detalles, basta un simple "clic" sobre ella]

1 comentario:

Tisbe dijo...

Nos muestras en esta ocasión un cuadro lleno de simbolismo y de interpretaciones muy interesantes. En cuanto al mercantilismo literario, tienes toda la razón. Muchas veces se pierde calidad porque los autores han de escribir bajo la presión de un calendario ajustado. Pero más tristes resultan los escritores que, teniendo tiempo para esmerarse, siguen escribiendo obras como churros, con argumentos que se tambalean, personajes planos y estilo nulo.
Ojalá las editoriales y los propios autores tomaran conciencia de que este tipo de mercantilismo no hace sino menoscabar la esencia y la dignidad de la buena literatura.