domingo, 17 de octubre de 2010

63. Miguel Hernández y la pintura (I)

Cuando, tras aquel primer viaje a Madrid, lleno de penurias y frustraciones, Miguel Hernández vuelve a la capital y consigue al fin hacerse un hueco en los círculos intelectuales de la ciudad, sus contactos no se van a limitar exclusivamente al campo de la literatura. Madrid es en aquel primer cuarto de siglo un foco de efervescencia cultural que se nutre de las más variadas manifestaciones artísticas y formas de pensamiento. Uno de los grupos en el que el poeta va a encajar desde el primer momento es la llamada Escuela de Vallecas, corriente figurativa que, simplificando bastante, basará especialmente sus trabajos en el tratamiento de la naturaleza, inspirados en las estampas que sugieren los paisajes del extrarradio madrileño. Para Miguel Hernández, el conocimiento de este grupo supone un alivio, pues mitiga el acomplejamiento que su poesía ruralista podría reportarle en un contexto donde muchos poetas abrazan ya el surrealismo y los temas urbanos, vinculados muchas veces a los avances tecnológicos. La experiencia vallecana le pondrá en contacto, entre otros, con el pintor Benjamín Palencia o el escultor Alberto Sánchez. Más tarde, conocerá, en la casa de su gran amigo Pablo Neruda, a Maruja Mallo, pintora gallega de desbordante personalidad, con la que vivirá un apasionado romance, olvidándose de su Josefina Manresa, que “se le moría de casta y de sencilla”, según reza el verso de uno de los pocos poemas que Hernández le dedica en El rayo que no cesa. Precisamente esta obra, considerada como una de las cumbres de la poesía del oriolano y todo un hito en nuestra historia literaria, está dedicada a la propia Maruja Mallo tras el fracaso de la relación, hecho que debió de ser más doloroso para Miguel que para la pintora, mayor que el poeta y más versada en los lances de amor pasajeros (Alberti, sin ir más lejos). La vida y obra de Maruja Mallo darían para otro artículo, bien jugoso por cierto, pero me centraré aquí en ofrecer alguna pincelada, valga la oportuna expresión, sobre la influencia iconográfica que los cuadros de Maruja Mallo ejercen sobre esta obra de Miguel Hernández. No está en mi ánimo ser demasiado riguroso y quizás la sugestión sobrepase a la realidad, y hasta puede que cometa algún anacronismo, pero resulta imposible no establecer correspondencias entre algunos poemas de Hernández y las obras de Maruja. Así, en el soneto “Ya de su creación, tal vez alhaja”, alguien está construyendo el féretro del poeta con la madera del haya, del roble o del pino. ¿Quién puede ser el artífice de la caja sino Maruja Mallo quien, en su serie “Arquitecturas vegetales”, “reduce a geometría” los elementos de la naturaleza? El mismo asunto se aprecia en el poema “Me tiraste un limón, y tan amargo” donde la mano que lo lanza “no menoscabó su arquitectura”; y el asunto se repite en “Astros momificados y bravíos”, de Imagen de tu huella, donde “todo es peligro de agresiva arista”. Precisamente el título de esta obra, desgajada de El rayo que no cesa, da buena cuenta de la influencia de la pintora. Qué mejor prueba que contemplar el cuadro titulado La huella, correspondiente a la serie “Cloacas y campanarios”. Son abundantes también en la obra de Mallo la presencia de siniestros agujeros, como en Tierra y excrementos. Así, para Miguel Hernández, los besos de Maruja cavan “un hoyo fúnebre y lo cava / dentro del corazón donde me muero” y la muerte “está toda llena de agujeros”. En otro soneto, Miguel vierte redes y esparce semillas pero “no crezco en espigas o en pescados”. Basta mirar La sorpresa del trigo de Maruja o los cuadros dedicados al mar para ver un calco de ellos en el poema. Para acabar, compárense el cuadro Antro de fósiles con versos tales como “en el final de huesos destructores” o Basuras y El espantapeces con el “doloroso trato de la espina” del Soneto final. Invito al lector a detenerse en estas comparaciones para hallar una lectura más completa de la poesía de Miguel Hernández.
  • En la foto, Maruja Mallo.
  • El próximo miércoles 20 colgaré los poemas de Miguel Hernández que he citado en este atículo junto a los cuadros de Maruja Mallo con los que he establecido concomitancias.

2 comentarios:

Capitán dijo...

Estupenda entrada, esperaré a la segunda parte con impaciencia

Píramo dijo...

Gracias, CAPITÁN. Espero verte mañana en el museo virtual que torpemente he montado. Ya me contarás.