jueves, 23 de abril de 2009

6. El Día del Libro

Cuando en 1995 la UNESCO decidió convertir el 23 de abril en el Día Mundial del Libro, tomó como referencia simbólica para tal resolución los decesos de Cervantes, Shakespeare y el Inca Garcilaso de la Vega. Añade además, esta institución, los nacimientos y muertes de otros escritores sucedidos ese mismo día. Y cita a Maurice Druon, K. Laxness, Vladimir Nabokov, Josep Pla o Manuel Mejía Vallejo. Hoy sabemos que las dos figuras cimeras que lideran esa lista, Cervantes y Shakespeare, no murieron tal día como hoy. Cervantes lo hizo el viernes 22 de abril de 1616 y fue enterrado el sábado 23; mientras que Shakespeare murió el 2 de mayo de ese mismo año y la asociación de su muerte a la fecha elegida por la UNESCO se debe únicamente a la confusión derivada de la utilización del calendario juliano, hoy en desuso, pues el vigente, como se sabe, es el gregoriano. Refiriéndose al enterramiento de Cervantes del día 23, el historiador José Enrique Ruiz-Domènec en un reciente ciclo de conferencias celebrado en Tarragona (Las artes del diálogo. Literaturas peninsulares en conexión), organizadas por La Caixa, y en alusión a la condición de judío converso del autor del Quijote, contaba las macabras pullas que recibió el escritor por parte de quienes le querían mal, pues, Cervantes, que había defendido su ascendencia de cristiano viejo durante toda su vida, demostraba su origen judío al cumplir escrupulosamente con la religión hebrea, ya que nadie podía negar que el día sagrado del sabbath, efectivamente, descansó.

Roto el romántico sortilegio de este día, sin desmerecer por ello al Inca Garcilaso, que tantas y tan curiosísimas concomitancias vitales tuvo con Cervantes, ni al resto de la lista, nos queda seguir celebrándolo con la mejor predisposición posible. Es cierto que la fecha en cuestión ha favorecido el abuso mercantilista del libro. Las editoriales en sus contraportadas nos venden la mejor obra del siglo. Un ligero vistazo por esas contraportadas y pensaremos que nos hallamos en pleno Siglo de Oro de las letras universales: "los estallidos de comicidad más inteligente que ha producido la literatura" ; "nunca una obra de ficción ha desvelado tantas verdades ocultas"; "la novela total"; "el portentoso talento creativo del autor"; "un bisturí manejado por la mano maestra del autor";" todo un hito en la novelística del siglo XX" ; "incomparable agudeza y brillantez". Encomios literarios hiperbolizados que convierten cualquier novela en un clásico sin salir siquiera de la imprenta. Unas críticas que al espíritu, maltrecho como está de escepticismos, se le antojan paradójicas. Y es cierto que las ferias de libros con su brutal excedente abruma al lector exigente que se pierde entre la maraña de títulos insulsos, muchos de los cuales son la negación del propio libro, porque " libro es aquel, como decía Kafka, que te golpea, que te araña, que te despierta en el sentido duro, pero también gozoso. El No libro es aquel producto transgénico y clónico, que aunque tenga forma de libro, lo que hace es repetir y es un hábito de consumo para ocupar espacio comercial". Son palabras de Manuel Vicent, uno que sí escribe libros.

Pero también es cierto que sería un error que, llevados de lo dicho anteriormente, despreciásemos el único día en el que se garantiza que se va a hablar de libros. Eso ya es mucho. En la Tarragona de Píramo, más que hablarse de libros, son los libros los que hablan. Resucitan de sus nichos epitafiados de etiquetas que los clasifican y se dan a las gentes en las calles sin más atavío genérico que el de su universal aspecto. El libro es entonces ya libro y hasta los No libros lo parecen al lucir en las paradas de la Rambla. Sant Jordi mata al dragón tantas veces como princesas portan la rosa nacida de su sangre y estos Sant Jordis redivivos, reciben a cambio uno de esos libros. El paseo se impregna de aromas a rosa y tinta; del dulzón olor del papel nuevo o del rancio del viejo; y, sugestionado, el caminante a quien flanquea esa orgía de volúmenes hacinados, cree que Cervantes y Shakespeare murieron el 23 de abril.

Invito a nuestros visitantes a incluir en el apartado de comentarios de este artículo aquellos libros que hayáis recibido o regalado hoy. Montaremos así nuestra paradita también.

jueves, 16 de abril de 2009

5. El Quijote en América

De todos es conocida la fama universal de la que goza El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Cualquier persona mínimamente instruida guarda en su imaginario personal la figura de un hidalgo viejo y enjuto enloquecido por la lectura de libros de caballería que protagoniza las más osadas aventuras en pos de un ideal acompañado por su fiel escudero Sancho Panza. Ambos personajes protagonizan una historia que gozó de éxito y reconocimiento absoluto al poco tiempo de publicarse la primera parte de la obra; un éxito al que alude el propio Cervantes en la segunda parte de la misma. Se trata, por tanto, de una novela que fue capaz de traspasar fronteras tanto geográficas como idiomáticas. Como muestra baste decir que en 1896 se realizó en Tokio una versión de la obra en japonés, una lengua tan distante a la nuestra.

Por tanto, don Quijote y su escudero supieron cabalgar desde muy temprano para conquistar otros países y territorios. Dicha conquista llegó incluso al continente americano, puesto que en 1605 un librero de Alcalá de Henares - Juan Sarriá- envió sesenta y un bultos a su socio americano que contenían setenta y dos ejemplares de la obra que nos ocupa. Una vez surcaron el Atlántico, estos ejemplares fueron recogidos por Juan Sarriá hijo, quien recibió el encargo de llevar algunos de esos libros a las altas sierras del Perú. De modo que a finales de 1605 estos ejemplares desembarcaron en Portobelo, atravesaron el istmo de Panamá hasta llegar a Lima y desde allí, algunos, ascendieron por los Andes para acabar en el Cuzco. Una travesía arriesgada y peligrosa de la que don Quijote salió vencedor, tal y como relata Leonard Irving en Los libros del conquistador.

Si esta llegada tan temprana de la obra de Cervantes al Nuevo Mundo resulta gratamente sorprendente, igualmente impactante es el hecho de que sólo dos años después del nacimiento literario de don Quijote y Sancho, en 1607, estos personajes formaran parte de un texto literario genuinamente peruano. Nos referimos a la Relación de las fiestas que se celebraron en la corte de Pausa, un documento que fue conocido gracias a la labor del cervantista Francisco Rodríguez Marín. Dichas fiestas se organizaron con motivo de la llegada de un nuevo virrey al Perú, el marqués de Montesclaros, y suponían la celebración de una mascarada (diversión que consistía en representaciones alegóricas y recreaciones de temas históricos en las que cada participante interpretaba un papel). Concretamente, se organizó el juego de la sortija, en el que los caballeros montados a caballo debían pasar su lanza a través de un anillo. En este juego participaban numerosos caballeros con diferentes pseudónimos. Aquí radica la importancia de este texto puesto que uno de los participantes no era sino el Caballero de la Triste Figura acompañado por su escudero Sancho:

A esta ora asomó por la plaça el Cauallero de la Triste Figura don Quixotte de la Mancha (...) Benia cauallero en vn cauallo flaco muy pareçido a su rrozinante, (...) Aconpañabanle el Cura y el Barbero (...) y su leal escudero Sancho Panza, graçiossamente bestido, cauallero en su asno albardado y con sus alforjas bien proueydas y el yelmo de Manbrino (...) y presentandosse en la tela con estraña risa de los que miraban, dio su letra, que dezia: Soy el avdaz don Quixó-, / y maguer que desgraçiá-/ fuerte, brabo y arriscá-. Su escudero, que era vn hombre muy graçiosso, pidio licençia a los jueçes para que corriesse su amo y pusso por preçio vna dozena de çintas de gamussa, y por benir mal cauallo y azerlo adrede fueron las lanças que corrio malisimas, y le ganó el premio el dios Baco.

Como sucedía en la novela, Don Quijote fracasa en sus intentos puesto que es Baco quien gana el juego. Asimismo, Sancho aparece perfectamente caracterizado sin olvidar su tendencia a ensartar coplillas y refranes. Esto es, en Perú no sólo se había leído la obra en 1607 sino que se habían captado los rasgos esenciales de los protagonistas, quienes formaban parte de la cultura popular. El carácter novedoso que presentaban estos personajes en el país andino queda patente en que el caballero que interpretaba a don Quijote ganó el premio de la invención, puesto que provocó la risa al público presente. Así, los lectores allende los mares dieron la misma interpretación paródica que se daba a la obra en España; algo lógico puesto que no será hasta más adelante cuando los estudiosos comiencen a entrever otros significados mucho más profundos en las aventuras del hidalgo manchego. Este hecho no desmerece en absoluto la importancia de que en fecha tan temprana, 1607, los personajes de la novela cobraran vida propia al margen de su padre literario en las mascaradas de América. Más mérito tiene, si cabe, el hecho de que la primera aparición -el debut en textos literarios americanos- se produjera en esta remota región del Perú de difícil acceso.
He aquí una prueba más de la genialidad de unos personajes que pronto realizaron su particular colonización del continente americano, haciendo efectivo el deseo frustrado de Cervantes de ir a América y dejando una profunda huella en las letras americanas que queda patente hasta nuestros días. Una estela cervantina que nunca se apagará y en la que don Quijote seguirá cabalgando más allá del espacio y del tiempo.